Cuando un equipo atraviesa un momento dulce, todo le viene de cara. Es una de esas leyes que no están escritas en ningún reglamento pero que rigen el fútbol. Corría el minuto 80 y ningún bético daba por malo el punto que reflejaba el 0-0 del electrónico. Entonces llegó el gol. Puede que el Celta hubiera hecho más méritos para conseguirlo, pero este deporte no entiende de justicia, sino de eficacia. Y este Betis con menos brillo pero con más oficio que el del año pasado tiene mucha puntería. Nacho profundizó por la banda izquierda y mandó el esférico al corazón del área celtiña, el sitio de Jorge Molina. El delantero alicantino hizo el resto con un movimiento de delantero nato. Controló de espaldas a la portería de Javi Varas, le ganó la posición a su marcador, se giró con rapidez y definió con el instinto que sólo tienen los goleadores. Buen tanto y mejor resultado, que mantiene al Betis en los puestos de Liga de Campeones, empatado con el Málaga a 28 puntos. Una barbaridad. Quien no sueñe con este panorama es que, definitivamente, tiene miedo de todo.
Tan frenético desenlace no se ajusta a lo que se vio durante la mayor parte del encuentro, en el que predominaron más los vaivenes que el buen fútbol por parte de ambos contendientes. Si la igualdad fue la tónica dominante en los primeros cuarenta y cinco minutos (sólo una ocasión de gol, marrada por Iago Aspas al borde del descanso), tras el intermedio los locales llevaron el peso del juego ante un Betis que se defendió con entereza y que prefirió confiar todas sus opciones al contragolpe, como ése en el que, tras una buena combinación colectiva, Jorge Molina cabeceó sin peligro a las manos de Javi Varas. Fue un aviso de lo que vendría después.
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