"No digas de ningún sentimiento que es pequeño o indigno. No vivimos de otra cosa que de nuestros pobres, hermosos y magníficos sentimientos, y cada uno de ellos contra el que cometemos una injusticia es una estrella que apagamos."

Hermann Hesse

Fotografía: Marta Linares


Es normal que se confundan, que se distraiga e incluso que no se llegue a entender. Es normal que las mentes más perversas intenten comparaciones odiosas y casi inimaginables (: bienaventurados los ignorantes). Es normal el daltonismo, la palabrería e incluso el desplante… Es normal la ceguera. Es normal que desde la televisión, o desde el plasma del bar todo quede con un aire onírico, desenfocado, casi irreal… Como un sueño mal recordado. Pero que poco a poco se irá haciendo cada vez más tangible, más real. Conforme te acercas al campo, al inconcluso templo de bendiciones verdiblancas, todo parece ir más deprisa. Como en un galope sostenido, que aporta ese extra que otros grandísimos equipos del mundo ya quisieran, si quiera rozar. Una afición como pocas en el mundo, una fé irremediable y anclada en el centro del pecho justo, traspasando el corazón… llegando a ese finísimo velo que guarda el alma... 11 gramos de alma guerrera, de lucha incesante, de descaro y desparpajo andaluz universal...

Hay algo más grande en el mundo que nacer bético??

Chesco Reyes

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domingo, 19 de enero de 2014

R. BETIS 0 - 5 R. MADRID



SIGUE IGUAL



El Betis no solo ya es un cadáver, no solo tiene pie y medio en Segunda, no solo está dirigido de forma nefasta desde el banquillo, no solo tiene jugadores que rozan la falta de validez. El Betis, además de todo eso, es ya un equipo capaz de dañar de forma continua a su gente, de hacerle sentir vergüenza, de faltar el respeto a los 42.000 seguidores que abarrotaron el Villamarín y pusieron los vellos de punta a todo el que escuchó su cántico al inicio del partido. Este Betis es ya irrespetuoso, desde la dirección al césped, desde las oficinas al vestuario, desde el que ficha al que se fue. Salvo la afición, el escudo que mancha, todo es irrespetuoso en este Betis. Es triste.
Porque el Betis puede perder ante el Real Madrid, de hecho es probable. Ya no es tan normal que reciba cinco goles de un Real Madrid, sí, pero a medio gas. Pero lo que no es de recibo, lo que es inadmisible es la imagen mostrada este sábado por la tarde por el conjunto verdiblanco, la falta de ánimo, de sangre, rozando la falta de profesionalidad. A este Betis está claro que le falta aptitud, tanta como para que algunos de sus jugadores casi rocen el ridículo con fallos increíbles, inauditos. Pero se le debe pedir, se le debe exigir a los jugadores que lucen el escudo del Betis que den la cara, que se dejen el alma en el campo y que al menos peleen, por muy inferiores que sean a todos los rivales que se enfrentan. El Betis, a la espera de la jornada, está evidentemente más cerca de Segunda, y eso que ya se aproximaba. Por los puntos y porque no hay donde agarrarse, ni al entrenador, ni a sus limitados jugadores ni a decisiones que puedan arreglar este panorama.

Diez minutos tardó en desplomarse el Betis, diez minutos en venirse abajo, romperse, naufragar, desaparecer y enervar a toda su gente, esa que diez minutos antes se había desgarrado la garganta para recibir a su equipo como no se merecía, es decir, con el apoyo y el respaldo que esta temporada no se han ganado ni los jugadores, ni la directiva ni por supuesto Garrido. 
A los diez minutos, el centro del campo del Betis dejó un boquete, el habitual boquete que no saben tapar ni Lolo Reyes ni Matilla, y que es más común desde que Xavi Torres se lesionó. El chileno no sabe ni dónde anda, y el manchego juega a un ritmo tres o cuatro veces inferior no ya al Real Madrid, sino a cualquier rival que se enfrente a los verdiblancos. El caso es que el mediocampo es nefasto, como tantas otras posiciones. Y ese inexistente centro del campo dejó a Cristiano Ronaldo un aclarado casi delictivo cerca del área. Precisamente lo que más gusta al recién designado Balón de Oro. Y el luso no perdonó, la clavó y puso a su equipo por delante.
Quizás era exagerado hablar de encuentro acabado con el 0-1, pero sí ya quedó finiquitado con el 0-2, por el fondo y por la forma, y por detectar un aserto por otra parte. Si Sara es un mal portero, Andersen casi le echa la pata. Hizo una estatuta el danés digna de los mejores mueos del mundo. En el Louvre o en el Prado debe haber más esculturas más dinámicas. Inaudita la respuesta del portero al centrado disparo de Bale. La pelota entró casi mansa y a media altura y muy centrada. El portero la vio entrar y levantó las manos, como las levantaban para llevárselas a la cabeza todos los aficionados béticos, que no perdonaron ya al cancerbero, al que le dedicaron pitos y pitos todo el partido. Merecidos.
Era ya un cadáver el Betis, un cadáver en el que solo Leo Baptistao daba tibias señales de dignidad y orgullo. Porque además el Betis no solo perdía, sino que estaba a merced del Real Madrid por un planteamiento, nuevamente, nefasto de Juan Carlos Garrido. El técnico hizo a un equipo que se descose a la mínima kilométrico, largo. Con tres delanteros puros, que no ayudaban nada y desnudaban sus bandas en defensa, con un centro del campo alejado de sus centrales, con Lolo y Matilla sin saber dónde estaban. Pocos rivales se lo habrán puesto tan fácil como el Betis al Madrid.
Pocos rivales dejan que un bote mal medido acabe en las botas de Cristiano, y que un rechace en la frontal del área le llegue franca a Modric, y que un delantero como Benzema remate sin oposición porque el que está en su radio de acción ni le tosa. Y así, claro, llegan los goles.
Con 0-3 se fue al Betis al descanso, pero ya estaba muerto hacía muchos minutos. Fue un moribundo en la segunda parte y dejó, porque el quinto gol lo concedió el Betis, que le marcaran dos goles. Los cinco tantos del Real Madrid certifican una de las mayores crisis béticas que se recuerdan, que salvo un milagro al que ya nadie parece agarrarse puede acabar con los huesos del Betis en Segunda y que solo parece posible, dicho sea de paso, sin Juan Carlos Garrido, que en cada partido en vez de dar aliento al equipo parece echarle una mano al cuello.

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