Que nadie en el Betis hable ya más de dignidad. Porque un equipo es digno cuando es merecedor o se hace acreedor a algo. Y éste se ha empeñado esta temporada en despeñarse por deméritos propios. No vale otra cosa en un grupo de profesionales que ayer firmó el enésimo ridículo del curso. Lo hizo en Vallecas ante uno presuntamente igual que, encima, celebró a su costa la permanencia. Del Betis no se escribe en estas líneas la crónica de una muerte anunciada, días después de fallecer el célebre colombiano autor de tan sugerente título, quizá porque el Valladolid se ha visto obligado a la enésima chapuza nacional de ver cómo se retrasaba su partido con el Madrid.
Pero la indignidad de este cadáver futbolístico no se circunscribe al equipo. Porque el equipo es el que es por la propia negligencia de sus mandamases, con el nefando José Antonio Bosch a la cabeza. Es éste y no otro el personaje más indigno de todos cuantos han pasado por este club agonizante cuyos hilos se mueven desde la impericia que mana de un juzgado.
Mientras existió don José Mel Pérez, incluso en la anterior etapa del okupa Luis Oliver, el equipo siempre supo aislarse de los desmanes sociales y de cuanta tropelía se cometía en el club con decisiones deportivas indignas de una categoría tan profesional como la Primera División española. Incluso, con esta plantilla tan mediocre -este término es casi un elogio para el elenco heliopolitano-, y los refuerzos acaecidos en invierno, el técnico madrileño, a buen seguro, tendría hoy este equipo a salvo. Está claro que lo anterior es una hipótesis, pero quién no entra en el terreno de lo hipotético cuando de fútbol se trata, por mucho que hogaño le haya surgido a este deporte una caterva de pragmáticos capaces de cuantificar el pulso de un futbolista al lanzar un penalti decisivo.
¿O hay alguien capaz de explicar el papelón que recitó ayer Paulao? Ni siquiera los que pusieron en cuarentena su valía cuando la crítica mayoritariamente lo sobrevaloraba hallan en este momento razones válidas para explicar un desempeño tan contumaz en el error. Vale que regale un gol en una mala cesión, pero que su estado anímico lo lleve acto seguido a autogolear a su portero y luego a solicitar el cambio a su entrenador... El brasileño comenzó como central derecho, intercambió su posición con Perquis a los poco minutos, en los que llegaron los goles, y regresó al perfil diestro a raíz del 2-0 y hasta que fue relevado por Vadillo cinco minutos después. ¡De locos!
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